Hace una semana fui nuevamente a recorrer la Vía Ferrata
(también llamada Ruta Vértigo) en la Huasteca neolonesa, pero esta vez, el
recorrido se hizo nocturno. Los puentes colgantes, la ruta escalada, escaleras
colgantes, la tirolesa de más de 100 metros de largo y a 200 metros de altura
se realizaron ahora en la mayor oscuridad que cualquiera pueda imaginar,
únicamente ayudado por una lámpara que cada persona llevaba colgada,
bien sea en la cabeza ó en el pecho.
Estando ahí en las montañas y en plena oscuridad, pude
descubrir que a diferencia de hacer el recorrido de día, él hacerlo de noche
requería aumentar el nivel de confianza. Conocía de antemano el recorrido, y
sin embargo comprendí que confiamos sin problemas en lo que vemos, pero entra
la duda cuando no somos capaces de visualizar, de entrar en contacto, tal vez
debería de decir: “poseer” con la vista algo. Resulta irónico que lo que antes en un post anterior había
considerado “sensación de libertad”, ahora con la ausencia de luz solar se
volvía “sensación de vulnerabilidad”. (Aunque es justo decir que ir en grupo
siempre conforta, anima, y da valor).
El miedo forma parte de ésta actividad, y para la mayoría de los montañistas es el signo más grande de sentirse vivo en la practica del deporte extremo en montaña; por lo que enfrentar ese miedo y vencerlo produce una satisfacción interior muy fuerte. Cierto, el trabajo se hace en equipo, pero la sensación de soledad frente a la majestuosidad del espacio abierto y lo bello de la naturaleza, siempre hace que valga la pena el esfuerzo y la preparación que se requiere.
Entre más practico el montañismo y el escalamiento, más me
descubro pequeños detalles propios. Hay quien asegura que este tipo de deportes
extremos requieren la máxima concentración posible; cuerpo y mente se
sincronizan perfectamente, y el resultado final es el silencio interior, que
nos permite escuchar nuestras sensaciones, sentimientos y emociones más
profundas. Al menos por hoy, así lo veo.
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